Fatalis casus
… y aquí estoy, esperando a tu
llegada, esperando a que el aíre del oeste,
se apiade de mi moribundo hechizo
enamorado.
Aquí, junto al viejo sillón,
escribiendo canciones de
románticos que en vez de herir amor,
son
canticos de oraciones a dios.
¡…Aquí estoy duquesa de mis
letras!, ave salvaje sin alas mías para amarte,
dime
la hora para robarte de vino,
dime el minuto
inmortal para perderme contigo.
Compréndeme esmeralda extranjera,
misterio sin orbita de mi pálido triangulo;
mis miradas no van al cielo cuando pasas por mi puerta,
y mi rostro no oscurece ante tu
purísima presencia.
Pero aquí vivo, ahogado de copas,
tatuando tu nombre insensible a mis
labios rupestres,
abrazado de mi
almohada como niño dormido.
Sigo artero,
y sigo mirando la suave
atracción de las hojas al estéril suelo,
sigo
bañado de estatua…
y en dirección a tu elipse mis brazos
crujen como rama de árbol.
…y la vieja creencia no es que
adormezca en el pensamiento a tu lado,
sencillamente el oxidado beso de los inviernos
comienzan a
sepultarme lentamente en el pantano de los cuervos.
Aquí estoy,
casi inmortal porque soy de carne,
con espinas de acero y venas de fuego que no renuncian a menguar
sin tan solo
una flecha de tu mirada atravesar mi
pecho.
…y moriré,
llegara el día,
porque mi espíritu cobarde a la
muerte me traicionara,
pero mi cuerpo infalible derramara
purpura
en
la guerra por tu amor ajeno.
Mientras en este adelanto de
mis heridos pasos,
seguiré esperando a que toques a mi
puerta derrotada,
seguiré
esperando tan solo un roce de tus dedos fríos.
Seguiré,
como roedor a la umbría de tu
vestido seda,
y desde la
cumbre de las campanas seniles,
muy
triste pintando tú retrato,
junto al balcón
que ríes y sueñas.
Gerardo Vargas Arellano